martes, 14 de febrero de 2012

Pantani: "Nadie ha sabido comprenderme..."

El lunes de la semana pasada, un taxi se detuvo en la puerta del hotel-residencia Le Rose, en la localidad italiana de Rimini. “Unas vacaciones en libertad” prometían los folletos publicitarios del modesto complejo hotelero. Del vehículo descendió un hombre destruido, por mucho que quienes se cruzaron con él, apenas un par de personas, no pudieran evitar volver la cabeza. Era el gran Marco Pantani, el hombre que había conseguido devolver a la estirpe de los escaladores su dignidad ganando el Giro y el Tour en 1998. Por dentro, sin embargo, era otra persona. Era un ídolo convertido en víctima que iba a pasar los últimos días de su vida entre cuatro paredes, en los 28 metros cuadrados de la habitación 5-D del hotel, con muebles de formica de color verde. Muy lejos de los lujos que podía permitirse en otras circunstancias. Había llegado desde Milán, en tren.

Tras registrarse en la recepción, de nuevo torciendo el gesto al ser reconocido y animado como le ocurría tantas y tantas veces a lo largo del día, el que en otro tiempo fue el ‘Pirata’ se encerró en la habitación situada en el quinto piso. Allí, nada más llegar, realizó cuatro llamadas telefónicas -no llevaba móvil-, todas ellas a diferentes números de móviles. No encontró lo que buscaba, como lo revela el hecho de que ninguna de ellas tuvo un coste superior a los 25 céntimos. Las investigaciones revelarán a quiénes telefoneó en el comienzo del fin.

Ese primer día, Marco tuvo uno de los últimos contactos con el mundo exterior. Desde ese momento, se rodeó de fármacos -hasta diez cajas diferentes se encontraron, de cuatro marcas distintas de ansiolíticos- y se negó a salir a la calle. Sólo de vez en cuando bajaba al restaurante del hotel a la hora del desayuno o por la noche al bar, para picar algo. De hecho, el que en otros tiempos había sido el temor de las cumbres no hizo una comida como tal hasta el viernes por la noche. Desde el lunes hasta ese viernes, apenas se sabe nada de él. Sólo, que no dejaba que la camarera del hotel, una ucraniana llamada Larissa Boyko, entrase a limpiar y adecentar el habitáculo, en el que Marco había colocado el mueble sobre el que estaba el televisor delante de la puerta, a modo de barricada que impidiese la irrupción de ese mundo exterior del que huía.

”El viernes por la mañana, Larissa pudo por fin entrar en la habitación del inquilino más famoso y a la vez más extraño del hotel. La camarera ucraniana empezó su trabajo bajo la atenta mirada de un Marco que incluso temía lo que los demás pudieran ver. “¿Tienes miedo de mí? ¿Me encuentras raro?”, le preguntaba a la asustada empleada del hotel mientras ésta intentaba limpiar. Luego, perdió la paciencia y le pidió rapidez. Ya no quería más trato con gente. “No te esmeres tanto. Hazlo rápido, por favor”, le dijo. Incluso le pidió que limpiase por encima el cuarto de baño y se olvidase de hacer la cama. No tenía intención de abandonar su posición, sentado hora tras hora en el sofá o tumbado en la cama mirando la tele. La camarera desveló luego que el ex ciclista le había dicho que no había dormido nada desde el lunes. “Me gusta ver la tele, incluso de noche”, le dijo cuando le preguntó por qué había cambiado de lugar el mueble del televisor. El pequeño apartamento era ya el único universo de Pantani.

Tras estar casi cinco días dándole vueltas a la cabeza, inmerso en su mundo y su melancolía, Pantani decidió pedir algo de cena el viernes por la noche. Llamó a la recepción del hotel y pidió una tortilla de queso y champiñón, que fue reclamada al cercano restaurante ‘Rimini Key’. El dueño del local, al saber que quien hacía el pedido era Pantani, no dejó que nadie más se lo llevase. Fue en persona. Lo que se encontró no le gustó a un ‘tifosi’ que sólo quería conocer a su ídolo. “Tenía mal aspecto. Estaba cansado, con una cara que delataba las lágrimas. Tenía la mirada perdida”, contó luego a la prensa italiana Oliver Langhi, una de las últimas personas que vio con vida a Pantani. Su tortilla, sin embargo, apareció al día siguiente tirada por el suelo, junto a dos sillas rotas, muebles destrozados y un polvo blanco sobre una de las mesillas que aún está por analizar.



El sábado, por la mañana, la camarera volvió a intentar limpiar la habitación. Esta vez no pudo entrar. Una voz bronca le dijo de malos modos desde detrás de la puerta que se marchase. Segundos después Marco llamó a la recepción: “Dejadme en paz”, pidió. Probablemente fueron sus últimas palabras. Sólo quería pensar, ver la tele, escribir.

A las 21.30 horas, la recepción del hotel Le Rose envió al portero de noche a la habitación 5-D. Nadie había visto al ilustre huésped desde la mañana y no contestaba al teléfono. Usando la llave maestra, el conserje de noche sólo pudo abrir unos centímetros, pero ya vio la tragedia que se escondía tras ese mueble que impedía el paso. El cuerpo del campeón yacía con el torso desnudo, con un golpe en el pómulo probablemente fruto de la caída. Muebles rotos, fármacos y nueve hojas de la libreta del hotel escritas de su puño y letra era todo lo que había dejado tras de sí. En esas notas, frases que desvelan su drama personal: “Es todo un complot. Todo el mundo sabe cómo funciona el ciclismo, pero han querido golpearme sólo a mí”, escribía a su invisible destinatario.

“La tristeza es grande sin ti. La lejanía, imposible”. Eran palabras de amor, dirigidas a su ex novia, Christine, que le había dejado un año antes. Otra frase, sin embargo, reflejaba más claramente aún lo que pasaba por su mente: “Nadie ha sabido comprenderme, ni siquiera mis padres. Me he quedado solo”. Ellos, Tonina y Polo, regresaban ayer de Grecia, donde estaban de vacaciones. Ella sólo podía repetir: “me lo han matado, me lo han matado”. Su hijo se había distanciado de ellos cuando tomaron la decisión de quitarle el control sobre sus bienes. Marco disponía de un dinero mensual y una tarjeta de crédito para gastarlo. Al menos, su nombre será recordado siempre: el Terminillo será llamado ‘Cima Pantani’.

miércoles, 2 de febrero de 2011

lunes, 26 de julio de 2010

viernes, 23 de julio de 2010

Incertidumbre

Algunas personas van por la vida como si supieran muchísimas cosas y hubieran encontrado las mejores formas de actuar en cada momento. Dan consejos dictando sentencia y piensan que con toda la experiencia que tienen, lo saben casi todo. Se montan su sólida filosofía de vida y encuentran ahí la seguridad que todos buscamos.

Muchos otros viven en la vida que se han construido a fuego lento, año tras año con la misma familia, persona, o en soledad, pero con un suelo solido que pisar. Nunca se plantean qué pasaría si ese suelo tan firme se rompiera. Creo que no lo hacen en parte por miedo y en parte porque son tantos años de rutina que les parece imposible que algo así ocurra.

Seguramente por eso, si notan que ese suelo, esa base de la vida que se han montado, se resquebraja por algún sitio, sencillamente evitan pisar por ahí. Ni siquiera intentan arreglarlo. Podrían ponerlo peor o darse cuenta de que no lleva arreglo.

No hay un trabajo perfecto, no hay una pareja, ni hijos, ni padres perfectos. Tampoco podemos estar seguros de que ya nunca mas seremos infelices, porque siempre puede pasar algo, tangible o por nuestra cabeza, que lo cambie todo. Si es para bien, perfecto. Si es para mal, toca sufrir porque de golpe y porrazo se rompe ese suelo que nunca iba a romperse y te sientes inseguro, en el vacío, sin saber donde caerás y sin saber si estarás preparado.

Ya ni te acuerdas de lo que es no saber qué va a pasar.

De todas formas quizás sea mejor no darse cuenta. Puede que te prepare para lo peor, pero a veces angustia vivir permanentemente en la cuerda floja.

domingo, 28 de febrero de 2010

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domingo, 30 de noviembre de 2008

Los partidos resultan demasiado fáciles cuando salgo de la portería :p

domingo, 16 de noviembre de 2008